miércoles, 31 de octubre de 2012

Fiscalía de Salamanca abre diligencias por falsear datos para cobrar seguro

Salamanca, 30 oct (EFE).- La Fiscalía de Salamanca ha abierto diligencias para que se depuren "responsabilidades penales por simulación de delito y estafa procesal" respecto a las personas que intervinieron en una demanda contra una compañía de seguros, en la que supuestamente utilizaron datos falsos.

Según han informado hoy a Efe fuentes del caso, la Fiscalía ha planteado una denuncia por estos hechos ante el Juzgado, tras la sentencia de la Audiencia Provincial de Salamanca en la que proponía remitir al Ministerio Fiscal las actuaciones que se habían practicado "por si de las mismas resultare la existencia de algún delito".

Las diligencias se han abierto a raíz de que en los primeros meses de 2008 un joven demandó a una compañía de seguros por los "daños y robo" causados en un vehículo de su propiedad, en un municipio de la provincia de Salamanca.

A través de la demanda, se reclamaba a la empresa aseguradora la cantidad de 20.018 euros "más los intereses correspondientes", después de que un taller realizara la peritación y presentara un presupuesto de reparación.

Sin embargo, el Juzgado de Primera Instancia número uno de Salamanca desestimó la demanda e impuso las costas procesales a los demandantes, por lo que éstos presentaron un recurso ante la Audiencia Provincial de Salamanca.

Basaron el recurso en que supuestamente había un "error en la instancia al haber apreciado la falta de legitimación activa y error en la apreciación de la no acreditación de los daños que se reclaman".

Tanto en la sentencia del Juzgado de Primera Instancia como de la Audiencia se pone en duda los posibles daños sufridos por el vehículo, del que eran propietarios tanto el joven que ha demandado como su padre, y también se sospecha de una posible "alteración" de las facturas emitidas por el taller.

El órgano judicial de la provincia de Salamanca ha definido, en la sentencia a la que ha tenido acceso Efe, la actuación del abogado demandante de "manifiesta temeridad", ya que "no hace falta ser perito calígrafo para comprobar cómo el nombre" del demandante "se ha añadido posteriormente, con un tipo de tinta muy diferente y fuera del espacio destinado a poner el nombre del cliente".

La sentencia judicial usa la expresión "temeraria" para calificar la supuesta actuación del abogado, por recurrir después de que un informe de un detective privado "pone suficientemente de relieve la existencia de indicios más que suficientes de un supuesto fraude".

Así, además de no admitir el recurso, la Audiencia Provincial propuso remitir las actuaciones al Ministerio Fiscal debido a la "existencia de indicios racionales de la posible comisión de un delito de estafa, utilizando además un fraude procesal".

Como consecuencia, la Fiscalía ha denunciado estos hechos, que ahora analizará el Juzgado de Instrucción número 2 de Salamanca, donde se investiga una supuesta "simulación de delito y estafa procesal" por parte de las "personas intervinientes" en la causa, tanto el abogado, como el joven demandante, según han precisado fuentes del caso.EFE

martes, 23 de octubre de 2012

Autocrítica



La autocrítica, qué maravilla de palabra y de deseo. Ver con perspectiva tu vida para criticar lo pasado y construir un presente. La verdad es que estamos acostumbrados a equiparar autocrítica con autocomplacencia,  con rabia interior, con añoranza, con deseo de cambio.
Vayamos por partes. Voy a intentar hacer autocrítica. Estoy a punto del abismo, laboral se entiende. Bueno, seamos sinceros, esto no es el abismo, es la ruina más absoluta de un modelo de oficio, de una profesión y de un modelo de empresa. Los años me pasan y la ruina se viene encima, sin demasiadas opciones de cambio ni perspectivas de mejora.
Segundo punto de autocrítica. Lo reconozco. He sido un kamikaze del periodismo. Lo fui. Ahora ya no lo soy. Con los años me he convertido, me he transformado, pero desgraciadamente sigo siendo periodista. Cuando me autodefino como kamikaze no lo hago en el sentido de la Real Academia Española, cuando en una de sus acepciones la define como “persona que se juega la vida realizando una acción temeraria”.
La verdad es que releyendo esta acepción, podría adaptarse a mi vida profesional, con algunas metáforas, claro está. La vida física no me la he jugado en ningún momento, salvo en ocasiones muy puntuales cuando me han obligado a realizar ejercicio físico –footing, concretamente- porque alguien me quería pegar; o me han obligado a hacer paseos saludables porque alguien quería conocer mis fuentes de información.
Sin embargo, me he jugado mi vida profesional. Lo he hecho por la defensa de un concepto de periodismo que ya no existe, desgraciadamente. Lo he intentado hacer bajo un paraguas maldito, que yo mismo me creé y que yo mismo denominé ética y dignidad. “¡Por favor! –pensé en muchas ocasiones-, ¿cómo voy yo a mojarme si tengo ese paraguas?” ¡Por favor! –soñé en otros momentos-, ¿quién puede tratar de maltratarme profesionalmente si pongo por delante de mi actuación ese paraguas maldito?”.
Con el paso de los años, tuve suerte de contar con jefes –y/o maestros- que me hicieron creer en un periodismo ético y digno. Ahora, permítanme que maldiga a todos ellos. Y que lo haga con el máximo de los respetos. Y de los cariños. Me enseñaron a trabajar pensando única y exclusivamente en la información, en la noticia, en contrastar datos y en la forma de llegar a los lectores. Soñaba con titulares. Pensaba en cómo podía mejorar para escribir mejor. Ideaba formas para llegar a las fuentes de información, en que éstas confiaran en mí y me filtraran a mí la información en lugar de a la competencia.
Pero ninguno de esos ‘malditos’ jefes –y/o maestros- me enseñaron a agachar la cabeza. Ninguno me enseñó cómo debía tragar ante determinadas exigencias, cómo debía mirar para otro lado cuando una información comprometida llegara a mis manos. No me mostraron el camino de la complacencia política y/o empresarial. Nadie me dijo que periodismo debía de ser igual a publicar cualquier cosa, sin importar la calidad, ni el titular ni la intención. Que periodismo era escribir al dictado.
Y ahora les maldigo. Y lo hago desde el respeto y el cariño a todos esos jefes –y/o maestros- que tuve.
Porque, ¿qué puedo hacer en estos momentos? Si hago autocrítica me desmorono, emocionalmente hablando. Si acepto los nuevos planteamientos del periodismo, ya se me ve como el viejo roro, que chochea y que se parece al ‘abuelo Cebolleta’, con sus recuerdos y añoranzas. Y si trato de adaptarme al nuevo periodismo, dudo de si sabré capaz de encontrar, y construir, un titular para una información digital. Yo sabía titular con el sujeto, verbo y predicado. Eso sí, buscando mordiente. Ahora, si tengo que titular una noticia para un medio digital, ¿sabré hacerlo?
Pues bien, esta es la triste realidad. Aquel periodista que soñó con serlo, con la dignidad, la ética y la profesionalidad que muchos de sus jefes –y/o maestros- le enseñaron, está sin un trabajo que le permita vivir, tanto moral como económicamente.
Puede que esto sea un epitafio profesional. Puede que sea el envío de un currículo para el que lo quiera. O incluso una petición de trabajo, basada en el pasado y con las ansias –escasas- de futuro, pero con deseos de volver a juntar letras, de buscar una noticia y sacar un titular. No lo sé. Pero así me siento.

sábado, 13 de octubre de 2012

Ser PERIODISTA

Hace años, muchos años, ser PERIODISTA era una forma de vida. La elegían aquellos que tenían ganas por preguntar, que no se adocenaban, que no se amilanaban ante nada ni ante nadie. Quienes entraban en esa forma de vida sabían que preguntar era su obligación. Tenían que tener claras las cosas para luego exponerlas con claridad y rotundidad a los lectores, oyentes o televidentes.
Hace años, muchos años, cuando un político llamaba a un redactor jefe o un director para intentar colar una información u orientar sobre cómo se debería titular una noticia era colgado con cajas destempladas. Es más, a pocos POLÍTICOS se les ocurría tamaña barbaridad.
Hace años, muchos años, elegir el oficio de PERIODISTA era un auténtico sacrificio, por los traslados a aquellas ciudades -escasas en número- en las que se podía estudiar esta carrera universitaria. Quizá las facultades de Ciencias de la Información no tuvieron la visión de futuro para observar algunos cambios profundos que iban a ocurrir en el oficio.
Hace años, muchos años, un PERIODISTA y un POLÍTICO no eran amigos. O si lo eran, los dos conocían sus límites. El uno sabía que su obligación era vigilar la limpieza del otro. Y el otro era consciente de que una cosa era la información y otra la relación personal. Pero ambos sabían el trabajo del otro. Y se respetaban. Y el diálogo era constante y fructífero.
Hace años, muchos años, los políticos consideraron que era necesario profesionalizar los gabinetes de prensa. E idearon que para acceder a ellos, se iban a convocar oposiciones, para que optaran a esos puestos profesionales del periodismo, con color político o sin él, pero que la comunicación de una institución tenía que estar por encima de la comunicación del que, eventualmente, dirige la institución.
Hace años, menos años, los políticos comenzaron a olvidarse de esas oposiciones. Y empezaron a colocar al frente de los gabinetes de prensa a sus amigos, a aquellos periodistas más cercanos, tanto a la persona que dirigiría, eventualmente la institución, como al partido del que  formaba parte el político.
Hace años, menos años, algunos periodistas empezaron a verse cercanos al poder, tanto político como económico, y comenzaron a olvidar la esencia del periodismo, del oficio que tan dignamente habían representado. En esos tiempos, el periodista ya empezaba a cambiar un titular porque el político de turno -o empresario- así se lo pedía, a cambio, eso sí, de una campañita de publicidad.
Hace años, menos años, algunas empresas periodísticas, viendo las cuentas de resultados, empezaron a olvidarse de la noticia como principal fuente de ingresos y se centraron, casi de forma única y exclusiva, en la publicidad. Eso sí, a cambio de no publicar determinadas informaciones que pudieran estropear una buena campaña publicitaria.
Ya en esos años, no tantos, la buena relación -también distanciada- entre la figura del gerente y del director comenzó a hacerse añicos. Quizá, en muchos casos, porque el gerente, aquel que miraba las finanzas y respondía de ellas ante la empresa, era convertido en director general y se veía por encima del director, aquel que miraba la noticia y justificaba una información ante la empresa.
Hace menos años, esto se radicalizó. Y el periodista se convirtió en un adocenado, en un trabajador que se olvidaba de una buena noticia porque la espada de la empresa la tenía encima de él. Y el periodista dejó de buscar una buena noticia porque conoció algo llamado AUTOCENSURA, es decir, él no llevaba a la redacción un tema que sabía que le iban a impedir publicar.
Y el periodista dejó de preguntarse. Dejó de indagar. Evitó buscar filtraciones para descubrir anomalías del político.
Y el político se rodeó de periodistas amigos, que sabían que no le iban a publicar una noticia contraria a sus intereses.
Y el empresario comenzó a presentar Expedientes de Regulación de Empleo porque, amparándose en la crisis y en los resultados negativos de la empresa, debía quitarse periodistas con años de experiencia por jóvenes a los que no tuviera que pagar una antigüedad. Y el empresario empezó a no ver importante la experiencia, por la posible calidad que aporta, en beneficio de temas insustanciales, vacuos, pero que no le generen problemas.
Y otros empresarios, amparándose en la crisis y en la búsqueda de resultados positivos para la empresa, empezaron a buscar periodistas a coste cero.
Y muchos periodistas optamos por trabajar a coste cero para la empresa.
Y en esas estamos. El periodista desprestigiado. El político, agraciado porque ya no tiene a muchos periodistas que le pisen el callo. Y la empresa, beneficiada por quitarse coste elevados, con calidad, a cambio de mínimos costes, sin experiencia.
¿Y ahora qué?
Y ahora, los periodistas tratando de revolverse para evitar todo lo que ya ha pasado.