lunes, 18 de enero de 2021

#MiMejorMaestro: Don Mario

Don Mario, con su traje oscuro, un jersey debajo de la chaqueta, sus gruesas gafas y su andar parsimonioso, de pequeñas zancadas y pies muy abiertos, entró en el aula de 5º de EGB, en el primer piso de un vetusto colegio de barrio. No saludó. Llegó hasta el pupitre, sacó su libro de una vieja cartera marrón, de cuero, y comenzó a preguntar la lección de lengua. Correspondía a los fonemas y morfemas. Pocos alumnos los habían estudiado el día antes. 

Y don Mario sacó a uno de ellos, delgado, muy aniñado, pelo corto al estilo de la época y pantalones de pata campana. Era revoltoso, uno más de aquella clase de quinto curso. Mientras llegaba a la mesa del profesor, entre el murmullo de sus compañeros por ser el más inquieto del aula, don Mario ya había sacado su arma antimocosos rebeldes y sin ningún apego a las normas, aquella regla de madera de cerca de un metro, o por lo menos así parecía. 

Aquel niño espigado no sabía ni los fonemas ni los morfemas. Don Mario volvió a preguntar. El pequeño miró al suelo porque ni se lo había estudiado. Don Mario le pidió que estirara la mano derecha, muy abierta. El sonido de la regla en la palma de la mano de aquel niño devolvió el silencio a la clase. Brotaron algunas lágrimas de dolor, o de vergüenza. 

Y aquel niño regresó a su pupitre de madera, se sentó en aquella silla de madera. Hincó los codos en la mesa de madera y su cabeza la sujetó entre las manos. El murmullo se volvió silencio. Don Mario siguió con su clase.

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