sábado, 17 de septiembre de 2011

Igualdades y diferencias en las enfermedades

(Publicado en El Adelanto, 15/09/2011)
Da igual su nombre. Pero su mirada indica una vida llena de esperanzas y sueños. Vive postrada en una silla de ruedas aunque, como ella reconoce en más de una ocasión, todavía no ha perdido la cabeza. Es tímida, pero cuando habla derrocha simpatía. Se enfada con frecuencia porque se le deja poco tiempo para acabar de peinarse o pintarse los labios o el colorete. También muestra su malestar cuando su compañera de habitación apenas le deja tiempo para mirarse al espejo.
Mientras ella se acaba de acicalar, otra mujer se mira en otro espejo y descubre que no conoce a quien está frente a ella. La mira. Intenta hablarle, pero no le contesta. Tiene un bastón con el que se ayuda para caminar. Viste una bata, de las que en los pueblos antaño la llamaban de guatiné. Deambula por los pasillos buscando a quien saludar, con quien hablar. Pero desconoce qué hace aquí y para qué está.
Son vidas dispares, antagónicas. Sus procedencias son, también, diferentes. Incluso el estrato social en el que se han movido no son iguales.
Pero el final de sus vidas lo van a compartir en el mismo centro, una casa idéntica para ellas dos. Apenas comparten espacio físico. Sólo, de vez en cuando, se cruzan en el ascensor.
La primera la mira con tristeza. Durante poco tiempo mantiene la cabeza erguida. Todo lo contrario, la baja para que las miradas de las dos no coincidan. La segunda trata de entablar conversación. Habla y habla, como si se conocieran de toda la vida. Aunque no hay diálogo entre ellas.
Durante todos los días este tipo de vivencias se pueden comprobar cuando acudes al centro para mayores. Nosotros, los familiares, en muchos momentos nos pueden sorprender esas coincidencias en los ascensores. Incluso muchas veces decimos a nuestros familiares, si son válidos, que no están tan mal y que se miren en el que tiene una patología cognitiva.
¿Actuamos como deberíamos al tratar de comparar esas dos circunstancias? ¿No estaremos poniendo al residente con una enfermedad mental como el auténtico enfermo frente al familiar nuestro que ‘sólo’ tiene un problema físico? ¿No estaremos demonizando al residente con una patología cognitiva? ¿Qué debemos hacer?
Miles de preguntas asaltan cuando tratas de dar ánimos al que sólo padece un problema físico. Y, cuando ves el trato que reciben todos de los profesionales del centro para mayores compruebas que las diferencias se transforman de importantes a nimias.
Pero, ¿mi padre es menos enfermo que el que tiene un problema mental? Mi padre dice que los dolores sólo lo notan quien los padece. ¿Nos estaremos equivocando en el enfoque de las enfermedades? ¿Por qué no se nos ayuda, de forma profesional, en la forma de afrontar este tipo de patologías?

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