La autocrítica, qué maravilla de palabra y de deseo. Ver con
perspectiva tu vida para criticar lo pasado y construir un presente. La verdad
es que estamos acostumbrados a equiparar autocrítica con autocomplacencia, con rabia interior, con añoranza, con deseo
de cambio.
Vayamos por partes. Voy a intentar hacer autocrítica. Estoy
a punto del abismo, laboral se entiende. Bueno, seamos sinceros, esto no es el
abismo, es la ruina más absoluta de un modelo de oficio, de una profesión y de
un modelo de empresa. Los años me pasan y la ruina se viene encima, sin
demasiadas opciones de cambio ni perspectivas de mejora.
Segundo punto de autocrítica. Lo reconozco. He sido un
kamikaze del periodismo. Lo fui. Ahora ya no lo soy. Con los años me he
convertido, me he transformado, pero desgraciadamente sigo siendo periodista.
Cuando me autodefino como kamikaze no lo hago en el sentido de la Real Academia
Española, cuando en una de sus acepciones la define como “persona que se juega
la vida realizando una acción temeraria”.
La verdad es que releyendo esta acepción, podría adaptarse a
mi vida profesional, con algunas metáforas, claro está. La vida física no me la
he jugado en ningún momento, salvo en ocasiones muy puntuales cuando me han
obligado a realizar ejercicio físico –footing, concretamente- porque alguien me
quería pegar; o me han obligado a hacer paseos saludables porque alguien quería
conocer mis fuentes de información.
Sin embargo, me he jugado mi vida profesional. Lo he hecho por
la defensa de un concepto de periodismo que ya no existe, desgraciadamente. Lo
he intentado hacer bajo un paraguas maldito, que yo mismo me creé y que yo
mismo denominé ética y dignidad. “¡Por favor! –pensé en muchas ocasiones-,
¿cómo voy yo a mojarme si tengo ese paraguas?” ¡Por favor! –soñé en otros
momentos-, ¿quién puede tratar de maltratarme profesionalmente si pongo por
delante de mi actuación ese paraguas maldito?”.
Con el paso de los años, tuve suerte de contar con jefes
–y/o maestros- que me hicieron creer en un periodismo ético y digno. Ahora,
permítanme que maldiga a todos ellos. Y que lo haga con el máximo de los
respetos. Y de los cariños. Me enseñaron a trabajar pensando única y
exclusivamente en la información, en la noticia, en contrastar datos y en la
forma de llegar a los lectores. Soñaba con titulares. Pensaba en cómo podía
mejorar para escribir mejor. Ideaba formas para llegar a las fuentes de
información, en que éstas confiaran en mí y me filtraran a mí la información en
lugar de a la competencia.
Pero ninguno de esos ‘malditos’ jefes –y/o maestros- me
enseñaron a agachar la cabeza. Ninguno me enseñó cómo debía tragar ante
determinadas exigencias, cómo debía mirar para otro lado cuando una información
comprometida llegara a mis manos. No me mostraron el camino de la complacencia
política y/o empresarial. Nadie me dijo que periodismo debía de ser igual a
publicar cualquier cosa, sin importar la calidad, ni el titular ni la
intención. Que periodismo era escribir al dictado.
Y ahora les maldigo. Y lo hago desde el respeto y el cariño
a todos esos jefes –y/o maestros- que tuve.
Porque, ¿qué puedo hacer en estos momentos? Si hago
autocrítica me desmorono, emocionalmente hablando. Si acepto los nuevos
planteamientos del periodismo, ya se me ve como el viejo roro, que chochea y
que se parece al ‘abuelo Cebolleta’, con sus recuerdos y añoranzas. Y si trato
de adaptarme al nuevo periodismo, dudo de si sabré capaz de encontrar, y
construir, un titular para una información digital. Yo sabía titular con el
sujeto, verbo y predicado. Eso sí, buscando mordiente. Ahora, si tengo que
titular una noticia para un medio digital, ¿sabré hacerlo?
Pues bien, esta es la triste realidad. Aquel periodista que
soñó con serlo, con la dignidad, la ética y la profesionalidad que muchos de
sus jefes –y/o maestros- le enseñaron, está sin un trabajo que le permita
vivir, tanto moral como económicamente.
Puede que esto sea un epitafio profesional. Puede que sea el
envío de un currículo para el que lo quiera. O incluso una petición de trabajo,
basada en el pasado y con las ansias –escasas- de futuro, pero con deseos de
volver a juntar letras, de buscar una noticia y sacar un titular. No lo sé. Pero
así me siento.
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