sábado, 13 de octubre de 2012

Ser PERIODISTA

Hace años, muchos años, ser PERIODISTA era una forma de vida. La elegían aquellos que tenían ganas por preguntar, que no se adocenaban, que no se amilanaban ante nada ni ante nadie. Quienes entraban en esa forma de vida sabían que preguntar era su obligación. Tenían que tener claras las cosas para luego exponerlas con claridad y rotundidad a los lectores, oyentes o televidentes.
Hace años, muchos años, cuando un político llamaba a un redactor jefe o un director para intentar colar una información u orientar sobre cómo se debería titular una noticia era colgado con cajas destempladas. Es más, a pocos POLÍTICOS se les ocurría tamaña barbaridad.
Hace años, muchos años, elegir el oficio de PERIODISTA era un auténtico sacrificio, por los traslados a aquellas ciudades -escasas en número- en las que se podía estudiar esta carrera universitaria. Quizá las facultades de Ciencias de la Información no tuvieron la visión de futuro para observar algunos cambios profundos que iban a ocurrir en el oficio.
Hace años, muchos años, un PERIODISTA y un POLÍTICO no eran amigos. O si lo eran, los dos conocían sus límites. El uno sabía que su obligación era vigilar la limpieza del otro. Y el otro era consciente de que una cosa era la información y otra la relación personal. Pero ambos sabían el trabajo del otro. Y se respetaban. Y el diálogo era constante y fructífero.
Hace años, muchos años, los políticos consideraron que era necesario profesionalizar los gabinetes de prensa. E idearon que para acceder a ellos, se iban a convocar oposiciones, para que optaran a esos puestos profesionales del periodismo, con color político o sin él, pero que la comunicación de una institución tenía que estar por encima de la comunicación del que, eventualmente, dirige la institución.
Hace años, menos años, los políticos comenzaron a olvidarse de esas oposiciones. Y empezaron a colocar al frente de los gabinetes de prensa a sus amigos, a aquellos periodistas más cercanos, tanto a la persona que dirigiría, eventualmente la institución, como al partido del que  formaba parte el político.
Hace años, menos años, algunos periodistas empezaron a verse cercanos al poder, tanto político como económico, y comenzaron a olvidar la esencia del periodismo, del oficio que tan dignamente habían representado. En esos tiempos, el periodista ya empezaba a cambiar un titular porque el político de turno -o empresario- así se lo pedía, a cambio, eso sí, de una campañita de publicidad.
Hace años, menos años, algunas empresas periodísticas, viendo las cuentas de resultados, empezaron a olvidarse de la noticia como principal fuente de ingresos y se centraron, casi de forma única y exclusiva, en la publicidad. Eso sí, a cambio de no publicar determinadas informaciones que pudieran estropear una buena campaña publicitaria.
Ya en esos años, no tantos, la buena relación -también distanciada- entre la figura del gerente y del director comenzó a hacerse añicos. Quizá, en muchos casos, porque el gerente, aquel que miraba las finanzas y respondía de ellas ante la empresa, era convertido en director general y se veía por encima del director, aquel que miraba la noticia y justificaba una información ante la empresa.
Hace menos años, esto se radicalizó. Y el periodista se convirtió en un adocenado, en un trabajador que se olvidaba de una buena noticia porque la espada de la empresa la tenía encima de él. Y el periodista dejó de buscar una buena noticia porque conoció algo llamado AUTOCENSURA, es decir, él no llevaba a la redacción un tema que sabía que le iban a impedir publicar.
Y el periodista dejó de preguntarse. Dejó de indagar. Evitó buscar filtraciones para descubrir anomalías del político.
Y el político se rodeó de periodistas amigos, que sabían que no le iban a publicar una noticia contraria a sus intereses.
Y el empresario comenzó a presentar Expedientes de Regulación de Empleo porque, amparándose en la crisis y en los resultados negativos de la empresa, debía quitarse periodistas con años de experiencia por jóvenes a los que no tuviera que pagar una antigüedad. Y el empresario empezó a no ver importante la experiencia, por la posible calidad que aporta, en beneficio de temas insustanciales, vacuos, pero que no le generen problemas.
Y otros empresarios, amparándose en la crisis y en la búsqueda de resultados positivos para la empresa, empezaron a buscar periodistas a coste cero.
Y muchos periodistas optamos por trabajar a coste cero para la empresa.
Y en esas estamos. El periodista desprestigiado. El político, agraciado porque ya no tiene a muchos periodistas que le pisen el callo. Y la empresa, beneficiada por quitarse coste elevados, con calidad, a cambio de mínimos costes, sin experiencia.
¿Y ahora qué?
Y ahora, los periodistas tratando de revolverse para evitar todo lo que ya ha pasado.

1 comentario:

  1. COMO VES SIGO TU BLOG, A MENUDO,
    A VER SI SACO UN MOMENTO Y TE LLAMO Y PODEMOS QUEDAR TODOS OTRA VEZ ,
    NO CREAS QUE POR NO LLAMARTE NO NOS ACORDAMOS DE TI QUE NO ES CIERTO
    ESPERO QUE TODO TE VAYA COMO ESPERAS
    SALUDOS CORDIALES

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